“Menudas lágrimas de cocodrilo, hijo”. Recuerdo como si fuera ayer a mi madre diciéndome esta frase constantemente cuando era pequeño.
Y sí, tengo que confesar que era un niño de lágrimas fáciles cuando sentía impotencia frente a una injusticia, un ataque o una desgracia sentimental.
Un poco frágil, sí. Pero, ¿quién no lo era de pequeño?
O de mayor. No hay problema en ello.
En realidad, no escribo este post para que confieses que a ti también te pasaba (aunque es un acto de valentía reconocerlo).
Vengo a contarte 3 cosas (a cada cual más interesante, la verdad).
¿Nunca te has preguntado de dónde sale la expresión “llorar con lágrimas de cocodrilo”?
Ya sabes que soy muy fan del refranero, y es que todo refrán tiene su porqué. Y este no iba a ser menos.
Bueno, pues estate atento que te cuento el origen de lo que sucede realmente con estos animales y… la fisiopatología de un síndrome muy muy muy peculiar que lleva el mismo nombre: síndrome de las lágrimas de cocodrilo).
Empezamos.
Primero, un poquito de historia. Aunque existen discrepancias sobre el origen de esta expresión tan peculiar, el primer texto conocido sobre las lágrimas de cocodrilo aparece en una cita de 1250 del monje franciscano Bartholomaeus de Glanville: “El cocodrilo llora sobre su presa muerta y luego la devora”.
Unos años más tarde, en 1284, el italiano Brunetto Latini también escribió: “Si el cocodrilo mata a un hombre, se lo come llorando”.
Y bueno… empezamos ya con la ciencia.
Entonces, ¿los cocodrilos lloran?
Pues la respuesta es SÍ. En realidad, los cocodrilos generan lágrimas constantemente.
Lo hacen para lubricar el ojo.

Como estos animales permanecen mucho tiempo bajo el agua, este lagrimeo les sirve como un mecanismo de adaptación a la vida terrestre y les permite mantener los ojos húmedos en todo momento cuando no están sumergidos en el agua.
Además, estas lágrimas les sirven para limpiar la superficie ocular y eliminar los excesos de sal que contienen en su organismo.
Por lo tanto, se trata de una mera cuestión de supervivencia.
Pero ahí no queda la cosa. ¿Sabías que estos animales incrementan este lagrimeo mientras devoran a sus presas? ¿Acaso sienten pena?
Pues oye, no. Claro que no. Todo esto tiene una explicación anatomofisiológica. Atento.
Las glándulas salivales y las glándulas lagrimales de estos animales se hallan las unas muy cerca de las otras.
Esto hace que al masticar o ingerir alimento, se activen ambas glándulas a la vez (por movimiento durante la masticación), produciendo un lagrimeo constante que hace que parezca que el cocodrilo está llorando.
Si eres de los que pensaba que lloraban arrepentidos por matar a su presa, no se lo tengas en cuenta.
¿Qué más os iba yo a contar? ¡Ah, sí! El síndrome de las lágrimas de cocodrilo (o síndrome de Bogorad, si lo prefieres).
Este síndrome describe una complicación o secuela tras una parálisis facial (parálisis del VII par craneal) con recuperación incompleta caracterizada por un lagrimeo unilateral (solo de un ojo) excesivo durante la ingestión de alimentos.
Se produce por una inervación aberrante de este nervio tras la parálisis.
Estas nuevas conexiones, en vez de dirigirse a las glándulas salivales (que sería lo normal), se dirigen a las lacrimales y cuando comemos, mascamos chicle o producimos cualquier otro estímulo gustativo, lloramos.
Así que mamá,
a no ser que insinúes que tengo una complicación tras una parálisis facial periférica o de Bell, sinquinesias postparalíticas o una denervación del nervio facial a nivel del ganglio geniculado, prefiero que me digas que soy un DRAMAS.

Después de esto, nunca podrás volver a escuchar el refrán de “llorar con lágrimas de cocodrilo” de la misma manera.
PD: Madres del mundo, no lloramos con lágrimas de cocodrilo, somos unos dramas y punto.
Referencias:
Galetta SL, May M (1999). The facial nerve and related disorders of the face. En: Neuro-ophthalmology, (pp 293-395). Philadelphia: Lippincott Williams.
Garmizo G (1987). Crocodile tears syndrome. Journal of the American Optometric Association. Vol 58, number 6.